La tortuga

Sale la tortuga en estado embriótico a correr la carrera de su vida. No se había dado cuenta que todavía no había nacido. Pero ella salió igual. Corrió por los caminos que más o menos creía que eran los que llegaban a la meta. Al llegar a la meta, creyó ser tercera. Pero todavía no había nacido. Sólo había sido un sueño. Corrió, luego, ya en la realidad cotidiana y pasado por el tedioso acto de nacer, en otras carreras. Carreras que la llevaron a distintos lugares que creía tener que llegar. Siempre salía tercera, segunda, quinta, última. Se dio cuenta al crecer, cuando pasaron algunos años, que había otros animales, el zorro, el león, la liebre, que siempre llegaban antes que ella. Quizá el tiempo le otorgó la razón, después de haber sufrido varias desilusiones y sensaciones de inseguridad, por no llegar nunca primera. Se preguntó porqué ella vivía muchos años y que en su memoria había infinidades de carreras, muchas historias de derrotas, de amarguras, de alegrías por la victoria y de historias al fin. Ella vivía mucho más que otros animales y se creyó un poco más sabia. Empezó a relatar viejos cuentos en nuevas carreras a los más jóvenes y pronto se hizo famosa y conocida por todos. Puede ser que en ese acto de nobleza que los demás la empezaron a querer. Pero lo cierto es que si vas a alguna carrera de animales de esas, que todos los días pasan, puedas ver a la tortuga relatando historias o contando aventuras de algún viejo héroe.
Ella está cómoda y siente en lo más profundo de su ser, cariño, y la sensación de una victoria que le fue ajena y esquiva por muchos años. Vivió feliz doscientos cinco años.

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