Le France...

Santiago Funes relata la intimidad de su cocina:

En estas épocas las alacenas tienen más o menos lo mismo, aunque a causa de las alturas de cocina no siempre existan como tales. arriba están los libros de recetas, reservorio de ideas y soluciones, multiculturales y reclamo silencioso de la diversidad perdida. Luego vienen los arroces, los fideos. Un tercer estante tiene enseres varios, y lo mismo el cuarto. Termina con harina, sémola, maicena, pan rallado, el tostador. Al lado hay una cesta de tres pisos, con cebollas, papas, zanahorias, y de tanto en tanto acelga, nabos, brocolis. En otra parte hay siempre manzanas, a veces bananas, pomelos, peras, excepcionalmente unas fresas. Un otro mueble guarda café, té, aceite, latas de conserva, caldos, salsa de tomate y tomate al natural y harina y azúcar y sal y otros como se dice abarrotes de repuesto.
En una repisa hay las especies de todos los días, numerosas en el lado de la cocina, aunque algunas de tan viejas tienen más sabor en la etiqueta que adentro. Hace poco se incorporó una dotación de chiles mexicanos comprada en Boston, al lado de los ajos que se estaban escapando de la lista. En cuanto a la yerba mate, deambula como fantasma en espera de confirmación, o de sábana para vestirse adecuadamente.
No parece, pero esta alacena carente de estructura tiene ocupación cotidiana intensa. Llega la señora casi siempre hambrienta a causa de los desvelos del trabajo, y aumenta la tensión, la actividad se multiplica, las pastas secas se dejan acariciar por las salsas de todo origen, el risotto acepta espárragos u honguitos, lo que venden como salmón ahumado se desplaya exánime junto al tomate, las ensaladas festejan una misteriosa combinación de aceite ajo vinagre pimienta mostaza a cargo de la jefa espiritual*. Problema principal, la cocción a vapor, puesto que no tiene salida, la nube quiero decir y se condensa encima de la cocina, y comienza a llover o a garuar intensamente, como en los cuentos de otrora. Hubo un tiempo de corto circuitos, pero ya se ha solucionado el inconveniente: ahora hay una luz halógena de tanta intensidad que no permite atisbar las gotas. De tanto en tanto el horno calienta pizzas o flammenkuches. Remolachas que se compran cocidas en el mercado y se cortan en rodajas alternan con delgadas láminas de queso. Es el verano por aquí, y de ese modo los rojos y los blancos mitigan la prepotencia del verde ensaladero. Ciertamente, hay momentos de brillo culinario, pero quedan fuera de esta descripción por razones de espacio.


No hay comentarios.: